Un café en verano

741

Nada como un café al alba, sí, lo es casi siempre, ya sea en la ciudad en la que vivimos todo el año, o en lugar elegido para pasar unos días de vacaciones estivales. Cada vez más, o eso me parece a mi, que con el fresco de la mañana gusta tomar un café allí donde estemos y dándole un vistazo a la prensa, que por lo general, las noticias que ven impresas ya se saben por los medios digitales por eso de inmediatez del hecho, por tanto deja sin valor la noticia en sí, es necesario dar otros valores al medio escrito, que lo que tomamos café temprano se lo damos, el tacto del papel, repasar la noticia que ya no es noticia, la publicidad, y algunas trivialidades más, el periódico y café es un binomio matutino, y aunque cada vez más son los que por el pinganillo oye la radio, y también los hay quienes con un dedo sobre su móvil curiosean por las redes sociales, pero estos, aunque toman café, la mayoría lo toman descafeinado, pan integral, sacarina y leche sin lactosa o desnatada, estos aunque estén en el Kalahari pertenecen a otra especie en evolución mucho más sofisticada. Me refiero, a los cafeteros de periódico en mano, de mañanas frescas, auspiciadas por la novedad de un nuevo día, es un ansia por vivir, por dar bocanadas de aire fresco antes de que lo hagan “casi todos”, podría preguntar: a qué hora tomas el primer café para decirte cómo vives y de paso como eres.

Esta gente que describo, con la que me codeo habitualmente, nos gusta salir de casa temprano, y cuando estamos fuera mantenemos la tradición, y en Cracovia, por poner una referencia, pasear por las calles recién regadas, los parques aún no se vislumbra con claridad ninguna figura, “y todos los gatos parecen pardos” a lo lejos, una luz tenue se ve, hacia allí se van los pasos, es un cafetería, gracias a Dios, pedimos un café y sentados cogemos el periódico local ilegible, pero el tacto del papel es el mismo, y como en una liturgia, periódico y café van juntos, hasta fin de una generación analógica que está a punto de la extinción. Un nuevo horizonte a la prensa digital está desde hace años en marcha. Y si Antonio Machado escribió, que donde no hay vino agua fresca, diríamos, donde no hay prensa dar una buena mirada a todo lo que te circunda al momento. Porque después de haber tomado el café se abre los poros de la mente, las cavilaciones diarias empequeñecen porque el café activa la parte más positiva del ser, que es la acción, el rechazo al derrotismo, a las frustraciones, si el café es negro como la noche, bebido se convierte en un elixir apolíneo, es un alba interior, todo parece recobrar un orden y una cronología, hay un atisbo de relax y una pizca de euforia saludable, antesala de un grado de felicidad y autoestima, remedio indispensable para crecer por dentro y por fuera. No estás solo, en la mesa de al lado hay otros cafeteros, no importa de qué signo, ni que raza, ni su condición social, el café del alba lo une todo, y no hay sonido más universal que el silencio, es como una pausa fácilmente reconocible en todas las latitudes de este mundo, es la pausa la que le da sentido a la música, porque ella es frecuencia, como lo es el café, una frecuencia en la vida. Hasta que el sol se pone una cuarta sobre el horizonte que es el final de la aurora cafetera para pasar a la mañana vespertina que es la más humana y que viene a suplir los bostezos, pero esos son ya cafés de otro club, a estos no les gusta conversar, criticar, opinar, suelen saberlo casi todo, se abre la selva, se abre el día se hace el murmullo y el ruido. Pero al final de todo, y es la prueba de que la esperanza existe, es que el lucero del alba espera bien temprano a sus cafeteros.

J. Romero.